Wednesday, June 20, 2007

Albom, Mitch. MARTES CON MI VIEJO PROFESOR. MAEVA, 2007. 215 páginas. 8 euros.

Me ha sorprendido este libro escrito por Mitch Albom hace ya siete años y que ha obtenido un notable éxito, que dura todavía.

Todo gira en torno a la persona del principal protagonista “el viejo profesor”, cuyo nombre es Morrie Schwartz; que verdaderamente existió; y ahora es fielmente retratado por uno de sus alumnos, que le acompañó durante una dolorosa enfermedad, hasta la muerte. Ese alumno es el propio Mitch Albiom.

Schwartz, ruso de nacimiento, fue un inmigrante acogido, junto con su familia, por E.E.U.U. en la primera década del siglo XX. Por lo que se deduce de la lectura del libro, debió ser una persona excepcional en todos los sentidos. Primero, labrándose un porvenir de excelente profesor, sin contar con medio alguno: sólo su esfuerzo personal y su capacidad de iniciativa. Segundo, porque destacó brillantemente en esta profesión, sabiendo administrar los dosis de sabiduría necesarias, para que todo sus alumnos sin excepción le admiraran e imitaran... incluso estudiaran. Sin caer en falsas demagogias, ni en un estudiado histrionismo, encandilaba tanto las aulas, como las asambleas de protesta universitaria. Hay que recordar aquí que estamos en los tiempos del Mayo del 68 y de la guerra de Vietnam. Hubiera pasado en su mundo académico por un modelo a imitar, pero no fue esa la causa por la que se hizo famoso a nivel mundial... o mejor dicho su alumno Mith Albom le hizo famoso.

La causa fue, cómo afrontó su muerte (una enfermedad degenerativa lo redujo a la nada), de la que fue consciente a los setenta años, dos antes de que falleciera.

Pienso que alegra el espíritu conocer historias de personas (¡cuántas habrá!) que, sin ningún soporte religioso; tan sólo con una honradez moral e intelectual a prueba de bomba, llega a mirar el fin de sus días en este mundo no sólo con serenidad, que no es poco, sino con espíritu optimista y siguiendo educando a las personas que tiene alrededor.

Es tal la cantidad de matices de reciedumbre, hombría de bien, humor, que pienso que uno no se hace cargo de la batalla por la vida de este “viejo profesor”, al que no afecta la muerte: “se aprende a morir cuando se aprende a vivir”.

Uno podría pensar que un cristiano, un judío, un musulmán... tienen la tranquilidad del Paraíso después de la muerte, y por ello les puede resultar más llevadero el tránsito al más allá. Pero en el caso de Morrie Schwartz, aun siendo judío y atrayéndole algunas cuestiones del cristianismo, lo que impera es una penetración del hecho de la trascendencia con las luces del pensamiento y con la actitud vital de buena voluntad.

¿Fue “el viejo profesor un hombre de fe? No lo sabemos. En todo caso, si entendemos por fe, creer lo que no vemos, ésta debió ser escasa. Nunca se sabe a ciencia cierta las maneras que tiene la providencia de presentarnos lo trascendente.

A este propósito, me viene a la cabeza una anécdota sobre sí mismo que le gustaba contar a Blas Pascal, el famoso pensador francés, ateo durante muchos años, para después tener una radical conversión al catolicismo. Cuando sus antiguos amigos le embromaban con su conversión, el solía responder con el mismo talante: “Yo creo en Dios, y estoy muy contento así. Si no existe, al morirme será la nada; pero si de verdad existe, como creo, ¿qué os pasará a vosotros?

La honradez es una de las grandes brújulas para los caminos de la vida.

Juan Carlos Eizaguirre
18.6.04

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