Monday, December 10, 2007

Guillou, Jan. LA HERENCIA DE GOTHIA. Planeta, 2007. 478 páginas

Cuando a finales del siglo XX Jan Guillou, el veterano escritor y periodista sueco, decidió cultivar la novela histórica con respecto a su país, era difícil pensar que iba a cosechar más éxitos que con sus obras policíacas y de acción. Efectivamente, el autor combina un trabajo científico hecho con seriedad y rigor, con sus facultades para fabular y mantener tenso un argumento que trata de exponer los avatares de una antigua Suecia a finales de la Edad Media. Evidentemente usa soportes de ficción, pero que precisamente son eso, soportes de una realidad encontrada y degustada en un serio trabajo de investigación.

Antes del año 2000 escribió una extensa obra sobre Las Cruzadas, y el papel de los Países Escandinavos en ellas. En esta ocasión se adentra en la oscuridad del pasado y explicar la formación de Suecia como nación. La fundación de Estocolmo es la piedra angular donde se establece la unidad del país, torturado por las guerras de clanes durante siglos. La política de alianzas (y de guerras) de Birger Jarl Magnusson, fue la que hizo posible el nacimiento de este país a finales del siglo XIV. Este personaje se va a convertir en protagonista principal de esos años. Guillou nos cuenta su vida desde la infancia, posiblemente aderezada con algunos datos de ficción, hasta convertirse en un popular y tremendo caudillo, digno hijo de la dinastía Magnusson.

Al autor no le duelen prendas a la hora de contar la realidad de los hechos. Digo esto, porque la fiereza en la lucha, y la crueldad después, de Birger, fue algo evidente; y resulta difícil comprender cómo consiguió aglutinar a todo el país, si bien es verdad que los resentimientos duraron más de un siglo. Y como Suecia prosperaba y se adentraba en Europa de la mano del papado...

Estamos ante un excelente trabajo, muy bien dosificado en sus varios argumentos, sabiendo incluir y compaginar el dato erudito con la batalla campal; o mostrarnos los intrincados pasos de una política matrimonial en la que se excluye el amor. Todo ello con una secuencia temporal moldeada al estilo de los singulares días invernales o estivales de esa gran nación. Sí, el tiempo perece detenerse en ocasiones para, después, lanzarse en tropel haciendo retumbar la tierra con los cascos de los caballos.



Juan Carlos Eizaguirre
10.12.07

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