Monday, October 22, 2007

Stewart, Chris. EL LORO EN EL LIMONERO. Edita Almuzara. 2007. 279 páginas. 16 euros.

Chris Stewart es un simpático británico, un poco bohemio y aventurero, que se enamoró de España hace ya treinta y tantos años cuando, en su juventud viajó a Sevilla atraído por el cante y la guitarra flamenca. A los pocos años de ese viaje, pudo cumplir su deseo de vivir en España, en concreto en La Alpujarra granadina.

No es un adinerado extranjero; vive en un vetusto cortijo y se dedica, junto con su mujer Ana, al campo, a la cría de ovejas y otros animales. Es un experimentado esquilador. Ana y Chris tienen una hija de ocho o nueve años: Chloê, que estudia en un cercano centro docente del pueblo de Órgiva.

Pienso que, a parte de esta presentación, hay que decir que estamos ante un escritor novel de más de cincuenta y cinco años; que narra los sucesos de su vida en la Alpujarra con un estilo claro, rápido, ameno y lleno de buen humor. Pero sobre todo destaca la capacidad de describir ambientes y personas, con unas pocas pinceladas, que nos hace detectar que este autor ha captado y entendido a fondo el alma española, sobre todo andaluza; que no es el típico extranjero que viene a disfrutar del sol, la gastronomía y el folclore. Viene, más bien, a vivir en lo que él considera la mejor de las naciones; y se ha convertido en un español más.

Por dar una pista, tanto de sus dotes de escritor, como de la capacidad de entender nuestro modo de ver la vida, me ha recordado a tres grandes escritores. Gerald Durrell y su famosa obra, MI FAMILIA Y OTROS ANIMALES, por su amor a la naturaleza y a todo tipo de animales. Francisco García Pavón y sus historias de Plinio en Tomelloso, por su descripción de ambientes y caracteres humanos rurales. Y Ramón J. Sender y su TESIS DE NANCY, por sus diálogos chispeantes con sus amigos y vecinos españoles a los que gana con su simpatía y el buen uso del idioma.

No se debería hablar de argumento, como si de una novela al uso se tratara. Es más bien la narración de la vida cotidiana en el cortijo familiar, llamado El Valero, de por sí plagada de aventuras o, por lo menos de sucesos dignos de ser mencionados por su gracia, experiencia de la vida y acercarnos tan certeramente al medio rural.

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