Lapierre, Dominique. UN ARCO IRIS EN LA NOCHE. Planeta, 2008. 423 páginas. 22,50 euros.
Dominique Lapierre es famoso por sus libros de lo que, podríamos llamar, novelas reportaje. Efectivamente con un estilo ágil y periodístico va introduciendo al lector en la historia epopéyica de Sudáfrica, de la que hablaremos más abajo. Ahora centrémonos en el autor y cómo ha podido conseguir crear una obra tan fantásticamente elaborada. Ciertamente, el trabajo de una rigurosa investigación caracteriza las novelas de Lapierre. Reitero que es un trabajo de alta cualificación: decir esto no es echar cohetes al aire en alabanza al escritor; se trata simplemente de hojear el libro y ver las fuentes que ha utilizado, la bibliografía empleada, el índice onomástico y, en fin, certificar la realidad de la existencia de los personajes y hechos que narra; incluso diciendo qué hacen, dónde están, en la actualidad.
Si a esto le añadimos lo dicho en estas primeras líneas sobre su estilo impecable y atractivo, donde abunda la sencillez expositiva y, como no podía ser de otra forma, la cruda realidad sangrante de ese país desde antes incluso de su fundación; si le añadimos esto, repito, el libro resulta amenísimo. Es de esos que los críticos literarios dicen que “atrapa” al lector desde la primera línea hasta el final. Sí, señor. Así es.
La novela reportaje de Lapierre sigue una secuencia cronológica estricta; comenzando por los motivos que animaron a Holanda a crear, no una colonia, sino un pequeño espacio de terreno, para cultivar verduras y fruta, que se vendían a los barcos de la flota comercial de Holanda, para que sus tripulantes no enfermaran de escorbuto. Por cierto la flota comercial más importante del mundo a mediados del siglo XVI.
Pero las cosas se complican. Hay ambiciosos colonos que se adentran en el Continente con el fin de establecerse y conquistar un país para Holanda. Y hay más: el descubrimiento de brillantes y oro, que atrae no sólo a los holandeses, sino, principalmente a los ingleses y al resto de los países ricos del planeta entonces. Lógicamente el contacto con los aborígenes negros es inevitable; y el intento de sometimiento comienza a producirse, toda vez que los fanáticos colonizadores se consideran una raza superior, siendo los negros un subproducto de la humanidad.
Mucho derramamiento de sangre por ambas partes, hasta llegar al colmo del “apartheid”, verdadero sistema dictatorial inicuo que esclaviza a la población indígena, privándola de todos sus derechos.
Pero hay un final feliz. Feliz hasta cierto punto porque, en realidad, Sudáfrica está todavía restañando las heridas de cuatro siglos de barbarie y violencia.
Juan Carlos Eizaguirre
8.10.08
Dominique Lapierre es famoso por sus libros de lo que, podríamos llamar, novelas reportaje. Efectivamente con un estilo ágil y periodístico va introduciendo al lector en la historia epopéyica de Sudáfrica, de la que hablaremos más abajo. Ahora centrémonos en el autor y cómo ha podido conseguir crear una obra tan fantásticamente elaborada. Ciertamente, el trabajo de una rigurosa investigación caracteriza las novelas de Lapierre. Reitero que es un trabajo de alta cualificación: decir esto no es echar cohetes al aire en alabanza al escritor; se trata simplemente de hojear el libro y ver las fuentes que ha utilizado, la bibliografía empleada, el índice onomástico y, en fin, certificar la realidad de la existencia de los personajes y hechos que narra; incluso diciendo qué hacen, dónde están, en la actualidad.
Si a esto le añadimos lo dicho en estas primeras líneas sobre su estilo impecable y atractivo, donde abunda la sencillez expositiva y, como no podía ser de otra forma, la cruda realidad sangrante de ese país desde antes incluso de su fundación; si le añadimos esto, repito, el libro resulta amenísimo. Es de esos que los críticos literarios dicen que “atrapa” al lector desde la primera línea hasta el final. Sí, señor. Así es.
La novela reportaje de Lapierre sigue una secuencia cronológica estricta; comenzando por los motivos que animaron a Holanda a crear, no una colonia, sino un pequeño espacio de terreno, para cultivar verduras y fruta, que se vendían a los barcos de la flota comercial de Holanda, para que sus tripulantes no enfermaran de escorbuto. Por cierto la flota comercial más importante del mundo a mediados del siglo XVI.
Pero las cosas se complican. Hay ambiciosos colonos que se adentran en el Continente con el fin de establecerse y conquistar un país para Holanda. Y hay más: el descubrimiento de brillantes y oro, que atrae no sólo a los holandeses, sino, principalmente a los ingleses y al resto de los países ricos del planeta entonces. Lógicamente el contacto con los aborígenes negros es inevitable; y el intento de sometimiento comienza a producirse, toda vez que los fanáticos colonizadores se consideran una raza superior, siendo los negros un subproducto de la humanidad.
Mucho derramamiento de sangre por ambas partes, hasta llegar al colmo del “apartheid”, verdadero sistema dictatorial inicuo que esclaviza a la población indígena, privándola de todos sus derechos.
Pero hay un final feliz. Feliz hasta cierto punto porque, en realidad, Sudáfrica está todavía restañando las heridas de cuatro siglos de barbarie y violencia.
Juan Carlos Eizaguirre
8.10.08
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