Hawthorne, Nathaniel. LA CASA DE LOS SIETE TEJADOS. Mondadori, 2008. 353 páginas. 23,90 euros.
Junto a Herman Melville, Nathaniel Hawthorne es el padre de la novela norteamericana. Quizá Melville sea más conocido por el gran público, debido a su famosa obra, Moby Dick, por dos veces llevada al cine. Sin embargo las obras de los dos autores son lectura obligatoria para los jóvenes estudiantes en Norteamérica. Estamos escribiendo sobre unas novelas escritas a mediados del siglo XIX, lo cual nos indica la rápida madurez de la novela en USA, donde en estos momentos cuenta con una pléyade de escritores de gran fama. Pensemos, sobre todo en el siglo XX.
LA CASA DE LOS SIETE TEJADOS cuenta la historia de una casa maldita. A finales del siglo XVII, en una pequeña localidad de Nueva Inglaterra, el coronel Pyncheon, de formación puritana, decide construirse una gran mansión en el lugar donde antes estaba la cabaña de Mathew Maule, que presentan como hombre turbio, y que fue conducido al cadalso a causa de acusaciones de brujería. El coronel, que preside el juicio condenatorio, no puede disimular unas intenciones torcidas, con ánimo de apoderarse del terreno de Maule. El día de la inauguración de la imponente casa, el coronel muere repentinamente.
“Dios le dará sangre para beber”. Esta frase, pronunciada por Mathew Maule al ser ajusticiado, es el foco que ilumina todas las escenas. Hay una maldición y, por tanto, un fatalismo que hará mella en las siguientes generaciones. Los personajes son actores de un drama social que va mostrando la ridiculez de las posturas engreídas que desprecian a las personas humildes, que piensan y obran con libertad, es decir, fuera del orden puritano establecido. Al mismo tiempo, la calidad de la prosa de Hawthorne destaca también el encanto de lo espontáneo, de la expresión personal libre, de las buenas obras e, incluso, de la piedad y seriedad religiosa realizadas con sincera espiritualidad.
El argumento se desarrolla de forma natural, aunque en ocasiones el escritor se recrea en prolijas descripciones, que empantanan un poco la línea argumental; pero es tal su maestría estilística, que se lee con gusto. Hawthone escribe con un rico vocabulario descriptivo y en todo momento se ve el fondo de humor o ironía en los casos que en los que subraya el error de conducta de los personajes. Las aventuras, peripecias, conversaciones y recorridos mentales de los personajes tienen diferentes niveles de comprensión: el liso y llano de la emoción de los sucesos, el crítico social –velado, pero incisivo– y el filosófico. Todos ellos representados por amables o siniestros personajes, que de todo hay en la historia de las sucesivas generaciones de Pyncheon hasta 1850, fecha en que el autor escribió su novela.
No es una lectura infantil. La veo más apta para personas adultas e, incluso, jóvenes aficionados a la lectura, pues como he dicho más arriba, Hawthorn hace muchos análisis psicológicos y de ambientes físicos, que a una persona joven le pueden “cargar” un poco.
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