Tuesday, December 16, 2008

Hautzig, Esther. LA ESTEPA INFINITA. Salamandra, 2008. 252 páginas. 16 euros.

Se ha escrito mucho en los últimos veinte años sobre los campos de concentración y gulags creados por la Alemania nazi y la Unión Soviética durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Unas veces en forma de documento de investigación, otras muchas como testimonio directo, y por ultimo como simples novelas.

Que se haya editado por primera vez en España ESTEPA INFINITA no parece una novedad a simple vista. Pero esta obra atesora una serie de virtudes que le proporcionan un aire de novedad, haciéndola distinta de otros muchos trabajos escritos hasta la fecha. En efecto, estos son, a mi juicio algunas de esas cualidades específicas: lo primero que es una autobiografía, es decir un testimonio directo que es, en este caso entresacado por una adolescente: la entonces niña de nueve a catorce años Esther Hautzig, enviada junto con sus padres y abuela a un campo de trabajo situado en la estepa siberiana llamado Rubtsovsk (hoy día una próspera ciudad); esto hace que las vicisitudes que tuvieron que pasar sean narradas con un tono casi infantil, que la autora ha sabido expresar muy bien al evocar aquellos años de 1939 a 1945; además tenemos que mencionar que la biografía está escrita en 1968, fecha que sí supuso una novedad en el campo editorial, aunque para esos tiempos ya habían discurrido ríos de tinta sobre las atrocidades de los campos de concentración alemanes y los “campos de trabajo” soviéticos.

Otro aspecto importante que es obligatorio reseñar, pues sin él no se entendería el brillante éxito de esta obra, es la aparente normalidad – dentro del sufrimiento – que existe en ese gulag concreto de Rubtsovsk: sin brutalidades y exterminio, pero sí un agobiante ritmo de trabajo y una insufrible hambre a veinte grados bajo cero en invierno y un calor tórrido en verano. Los prisioneros viven una calculada libertad (¿quién va a huir de Siberia?), viviendo en casa (chabola) propia y con escuela para los niños y pudiendo comerciar todas las semanas en un improvisado mercado, donde se puede comprar o vender cualquier cosa, siendo el trueque el sistema más utilizado.

Una cualidad que hay que alabar es el ritmo. No me refiero a la trepidación ansiosa o el recrearse en el infortunio, lugar tan común en trabajos de este tipo; me refiero más bien, repito, a una constante celeridad que a la vez que atrapa al lector por su fuerza creadora, pero no se recrea en un clima de dolor intenso. Parece como si la autora dejara las múltiples penalidades a la imaginación del lector, lo cual logra de manera sorprendente, a mi juicio.

Se podría hablar de un final feliz, si no hubieran desaparecido seres queridos para siempre.


Juan Carlos Eizaguirre
13.12.08

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