Roth, Joseph. Los cien días. Editorial Pasos Perdidos, 2012. 250 páginas.
Joseph Roth (1894 – 1939) Fue un testigo excepcional de la
sociedad de su tiempo, de su convulsa efervescencia, tanto en la Europa que le
vio nacer y la no menos convulsa época anterior, es decir el imperio
napoleónico. Hay que tener en cuenta que no fueron tantos años los que
transcurrieron desde la muerte del emperador y la niñez de Roth, máxime
conociendo que en aquellos años finales del XIX, los medios de difusión estaban
todavía bajo la comunicación oral en esas noches de tertulias junto al fuego
del hogar, las reuniones en los casino cafeterías, donde los mayores narraban
sus recuerdos y otros sucesos de épocas anteriores, pero todavía sin cicatrizar.
Joseph Roth (al que no hay que confundir con otro Joseph
Roth norteamericano contemporáneo
nuestro, y también judío) siempre fue un amigo de las virtudes democráticas.
Quizá fuera una visión con matices subjetivos, porque en este sistema político
hay socavones; como en otros. De todas
formas fue el gran novelista del imperio austrohúngaro. Años después escribió Los cien días; la definitiva caída del
imperio napoleónico; suceso anterior (1814) al imperio de Centroeuropa.
Los cien días es
una joya literaria, donde el autor vierte todo su buen hacer de escritor, para
retratar al Corso en su estertor final, desde el abandono de la isla de Elba
hasta su reclusión en la isla de Santa Elena. Casi cien días.
A pesar de sus excelentes dotes literarias, en la que
describe magistralmente la situación de Paris, el resto del imperio, sus
colaboradores y, sobre todo, el firme retrato de Napoleón, estamos ante un
emperador destruido que trata de
reverberar antiguos dorados laureles. Si me permiten la expresión, nuestro
personaje no debía “caer” muy bien a Joseph Roth, aunque trata ser objetivo, no
cabe duda. El perfil psíquico y físico
de Bonaparte, en efecto, da para escribir varios libros. Era, como todos los
genios, un extraño y un ídolo para los que le trataban cercanamente. De todas
formas hay que recordar que las batallas originadas por este personaje
supusieron la muerte de más de cinco millones; de ellos uno y medio franceses.
Todo concluyó con Waterloo. Su última derrota en la última
batalla. Sabiendo que todo se había desmoronado, supo conservar una especie de
alo de dignidad, ridículo para sus oponentes.
Y sin embargo, quería a sus soldados, a su tropa. Resulta
literariamente magnífica la recreación que el escritor de la visita a caballo
por los campos de batalla, concluida ésta.
Opino que resulta más verosímil y escalofriante que la
descripción de los solados en pleno conflicto.
Estamos ante un trabajo solvente, escrito alrededor del año
1936 e inédito en nuestro país.
Para especialistas y amantes de la
novela histórica.
18.6.13
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