Friday, October 14, 2011

Zweig, Stefan. El mundo de ayer. Memorias de un europeo. Acantilados, 2010. 546 páginas.

Hay que leer mucho a un autor, para que se pueda afirmar, sin miedo a cometer un error vergonzoso, que se le conoce bien, que se es capaz de explorar en sus pensamientos más íntimos, detectar cómo elabora, da vida a sus personajes (los esculpe), o como cuándo se implica con el lector, para despertar sus sentimientos más emotivos: la alegría, la emoción, la intriga, un pensamiento profundo que da que pensar…

Hay que poseer una gran delicadeza y grandes dosis de empatía, para lograr que una obra, literaria en este caso, sea juzgada con el honor y respeto debidos. He aquí donde nace el gran problema del lector de sesión continua; no me refiero a un descerebrado que, incluso, puede ser un caso clínico; lectores afectados de libro manía que huyen de la realidad leyendo compulsivamente. El afán de leer, en principio laudable, se puede un foco de rareza. No. Eso no es, vuelvo a repetir. Con moderación, debemos ser personas que siempre “están con un libro”. Lo pueden tener en su lugar de veraneo, en la mesilla de noche, en la sala de estar… Ahí está el libro, nuestro amigo, no tiene prisa. Incluso, a veces sucederá, que seamos nosotros los que tengamos prisa, porque nos hemos enganchado tanto con la trama, que estamos deseando llegar al final.

Por eso es lamentable que, por lo menos en nuestro país, no haya un verdadero deseo de estudiar la literatura de otros países: escritores más famosos, su pensamiento político, religioso; su breve biografía; glosar algunas obras y, así, poder comprar o sacar de la Biblioteca una buena obra de arte, aunque sólo sea por referencias. Algo falta para sacarle a un libro todo el sabroso jugo que lleva dentro. Me refiero al estudio.

Stefan Zweig uno de los más relevantes escritores de Europa Central y Oriental del periodo entreguerras. En esos años fue donde tuvo su máximo esplendor, Él se confesaba como un hombre tímido, que le gustaba la vida familiar en su Viena natal. Pero la realidad no fue así. Nuestro hombre era un arrebatado y pasional de todas las manifestaciones artísticas, y con una gran capacidad (¿necesidad?) de acercarse a esos creadores que tanto admiraba, sin darse cuenta que él era uno de ellos y, en ocasiones el centro de la reunión.

Gran parte de El Mundo de Ayer es una autobiografía de sus años infantiles y, que en su juventud coincidirán con la Gran Guerra. La alta calidad de esta obra se puede centrar precisamente en el fiel relato de un hombre que vivió aquellos oscuros acontecimientos, mirando atrás, hacia su Viena de 1900, bella, sosegada y feliz.

Es curioso, pero hay que destacar, ese período de paz hasta el 1939 en el más refulgió crematísticamente; sus obras se leían en toda Europa. Fue un escritor de fama. Y un pensador también de fama; afable pero apasionado. No le gustó la reacción de Occidente en este período, dándose a una alegría postiza y loca, como si el hombre hubiera triunfado. Era más bien una fuga hacia delante. Casi nunca se embalsaba en E.E.U.U. Yo creo que no llegó a conocer la expresión “happy twenties” pero, refiriéndose solamente a toda Europa, más Rusia incluida, hace un dibujo de la situación alocada, de la frivolidad en el pensamiento y en el trabajo.

Se lee apaciblemente. Es claro y sencillo en un arco descriptivo por el que pasan muchas naciones, muchas ideologías y, sobretodo, muchos artistas, que frecuentarán, a la antigua usanza, las tertulias en Ateneos y Cafés, en sosegadas mansiones de algún mecenas o en la intimidad de un despacho. Reuniones, cabe decir, no muy numerosas; sólo los íntimos, los Tocados por la diosa de la Fortuna, podrán oír las brillantes ideas, las más audaces opiniones, los últimos versos del famoso poeta.

No me parece que sea un libro para especialistas, o para adultos. Pienso que un adolescente (no todos, por falta de talla intelectual a veces inducida), un adolescente digo, de dieciséis años o más, puede leer este libro con provecho y conocer historias más sorprendentes que las de “El Señor de los Anillos”: exagerando un poco. Solo que las de Stefan Zweig fueron reales.

Valdría la pena, pues, tener esa obra entre las manos, para que muchos puedan entender el estrafalario y nefasto siglo XX: guerras, muertes: hambre, sed, falta de sanidad, naturaleza no aceptable para vivir el hombre, que es a donde van los que tiene nada; pandemias Y una insólita falta de solidaridad de las naciones poderosas: ayudar cuesta, y cuesta más aún vigilar que no haya corrupción y la ayuda llegue a los lugares designados. ¡Pobres NGs Y Misioneros!

De todas maneras, esta obra de Zweig, se observa como el autor del libro queda impecablemente ante sus lectores cosa que, en principio, habría que, cautelosamente. El ego siempre acecha.

Juan Carlos Eizaguirre
13.10.11

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